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Bebita feliz |
Siempre digo que tengo muy pocos recuerdos de cuando era
pequeña o por lo menos no tantos como yo quisiera. Es sabido que la infancia es
una época clave para todo individuo, y que el carácter depende mucho de cómo
haya sido ésta.
El cariño es primordial para el correcto crecimiento del
bebé, incluso según algunas investigaciones, se han dado casos en que bebés
abandonados o faltos de toda clase de afecto han llegado a morir sin haber podido detectar ninguna “otra” enfermedad.
Desde luego ese no es mi caso. Éramos familia numerosa, cuatro hermanos y sus consiguientes líos y trifulcas. Yo menos, porque estoy a algunos años de distancia. Quizá por eso haya salido más independiente ya que
no podía jugar con ellos.
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Escapando bajo la atenta mirada de mi madre |
El caso es que tengo muy presente el incondicional cariño de
mi madre en cualquier situación. Su ternura era y es mi mejor medicina.
En vez de recuerdos propiamente dichos, tengo una especie de flashes en los que me veo con 3 añitos
¡con gafas! que eran desde luego las mejores de la época, pero ni se acercan a
las que se comercializan ahora. Por eso no hay fotos de entonces. Me las
quitaron pronto y no tuve más problemas con la vista, pero el trauma se lo
llevó mi madre al tener que afear a su bebita.
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Aquí ya se me podían hacer fotos |
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Mis amigas de Ondarru |
Recuerdos del colegio y las puñeteras monjas… el cambio
tremendo de pasar al instituto… pero esa ya es la adolescencia, época complicada
donde las haya.
Guardo, eso sí, recuerdos imborrables de tantos
veranos pasados en Ondárroa, mis primeras amigas, la irrupción de los “chicos”,
la cuadrilla... Pero lo que no puedo ni quiero olvidar, es esa sensación de
seguridad, del “todo está bien”, la extrema alegría, el disfrute de las cosas más
pequeñas, emociones que procuro preservar a pesar de los pesares y que vigilo
con cuidadito para que me duren lo que me reste de vida.
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