En la cima del Gorbea. Todos menos yo. |
Ayer me encontré con un amigo casi casi de la adolescencia. Nos
hizo mucha ilusión, a los dos, porque a pesar de que nos hemos visto en
contadas ocasiones, siempre hemos guardado un bonito recuerdo de ambos. Éramos de
la “cuadrilla”, lo que aquí se entiende por un grupo de amigos que se reúnen
habitualmente en sus ratos de ocio y se divierten juntos.
Recordamos viejos tiempos y nos reímos mucho al darnos
cuenta lo diferentes que habían sido nuestras existencias desde entonces. Pero
casualidades de la vida, resulta que ahora ¡él vive a 10 metros de mi casa!, con
lo cual el reencuentro nos dio más alegría si cabe.
Hablamos de cómo cambian las cosas según el momento en el
que nos encontremos. Por ejemplo: recordaba mi amigo que yo era una niña para él porque cuando yo tenía 14 años y ellos 18 ó 19, la diferencia de edad,
para algunos se hacía abismal, en cambio ahora somos los 2 adultos y ya ni
siquiera se nota demasiado quién es mayor que quién. También hay que decir que
los años nos han tratado bastante bien a los dos. A él mucho mejor que a mí, todo
hay que decirlo.
Hicimos un repaso de todos nuestros conocidos, algunos dispersos
geográficamente, y destapamos algunos secretos que desconocíamos, lo
cual nos hizo reír con unas carcajadas tan ruidosas que la gente del bar se nos
quedó mirando. Y es que sí, nos encontramos en la calle, pero fuimos a tomar
algo con doble motivo porque era su cumpleaños (últimamente es el aniversario de todo el mundo), y por supuesto había que celebrarlo.
A pesar de que yo iba con mi ropa de correr y que la verdad
me fastidia un poco que me vean de esa “guisa”, mi amigo me dio una ración de
cariño tan inesperada como bienvenida.
¡Ahora sí que voy a tener relación con mis vecinos!
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