No
hace mucho que vivo donde vivo. Es un edificio de apartamentos, todos igualitos,
de no más de 60 metros cuadrados .
Es un espacio no muy grande pero cómodo; mi burbujita, mi refugio.
Somos
muchas las personas que vivimos y dormimos únicamente con un tabique de por
medio, que no deja lugar a lo que yo más valoro, la intimidad.
Reconozco
que a pesar de ser una persona muy sociable, el tema de los vecinos, a los que
no veo prácticamente, no lo llevaba como correspondiera quizás debido al
recuerdo de la casa familiar donde todos nos conocíamos “de toda la vida” y que
eran prácticamente como de la familia.
Esta
mañana hacía mucho frío y como es habitual he salido corriendo
cargada
con mis bártulos y vestida como si fuera al Polo Norte.
Siempre
abro el buzón para recoger las notificaciones del banco, facturas y publicidades
varias. Hoy no había muchas.
Después
de caminar un rato largo, pasar por Correos y mi Tahona preferida, advierto con
estupor que me faltan las llaves. Como hago siempre que me ocurre un imprevisto
desagradable, respiro hondo, vacío el bolso en su totalidad, reviso…miro una y
otra vez pero las llaves NO ESTAN. Ahí
ya, casi presa del pánico echo a correr para agenciarme las copias que he dejado
a un amigo, que no vive lo suficientemente cerca, ahora me doy cuenta.
A
pesar del frío empiezo a sudar, y entre bufido y bufido todavía me da la cabeza
para retroceder en el tiempo y pensar dónde he podido dejar mis puñeteras
llaves cuyo manojo por cierto, ¡incluye también las del coche!
Correos,
panadería… no, no, noooo...¡me las he dejado en el buzón! Allí bien puestitas
para que no haya equivocación y me puedan robar a gusto y sin sobresaltos. Ahí
ya no corrí, volé mientras llamaba por el móvil a una vecina que a la pobre sólo
la conozco porque una vez estando de vacaciones casi le inundo la casa.
Cuando
llegué el portal estaba abierto y había no menos de cuatro vecinos dando
vueltas por la escalera preguntando quién podía tener mis llaves, las llaves de
la chica del 4º. “Ahí viene” dijo un señor grandote con cara de bonachón sonriendo
pícaramente con mis llaves en su mano.
Y
fin de la historia, he aprendido. Ya no soy más la chica del 4º. Ahora todos
saben mi nombre, y yo los suyos.
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